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ALÓ PIRINCHO 21 SEPTIEMBRE 2013
ALÓ PIRINCHO del 10 de julio 2013
REFLEXIONES
SOBRE LA INVESTIGACIÓN Y LA CIENCIA
EN
AMÉRICA LATINA
Marcelino
Cereijido
Resumen:
Los países latinoamericanos tienen cuatro problemas graves ligados a
la ciencia (o a su falta), que empeoran cuando no son detectados,
entendidos ni atendidos. El primero es no
tener ciencia
en un Siglo XXI en el que ya no quedan tareas de envergadura y
problemas que se puedan analizar ni mucho menos resolver sin
ciencia moderna. El segundo es una profunda incapacidad
de asociar sus problemas a la falta de ciencia.
El tercero es carecer
de una cultura compatible con la ciencia
El cuarto es tener dentro de su propia cultura factores perniciosos
que agravan y eternizan este analfabetismo científico. El presente
artículo bosqueja esos problemas que causa el analfabetismo
científico, y luego sugiere algunas acciones que ayudarían a los
países latinoamericanos a comenzar a zafar de dicho marasmo.
Me
resulta muy lúcido, imprescindible y oportuno que el Dr. Klaus
Jaffe nos invite a proponer cosas concretas y factibles para promover
la ciencia en nuestra región. Me sería muy fácil cumplir si
compartiera con mis colegas un mismo criterio sobre la ciencia, su
naturaleza, su historia, la manera en que se intenta promoverla.
Desgraciadamente, ese no es el caso, pues dado que nuestra sociedad
tiene tantas dificultades en desarrollar una ciencia moderna del
nivel que tienen los países del llamado Primer Mundo, sospecho que
tienen vigencia las observaciones hechas por W. Stanley Jevons
(1835-1882): “La debilidad del pensamiento primitivo radica en que
contiene grumos de superstición, información errónea, falsos
modelos y groseros autoritarismos, que se mezclan en sus cadenas de
razonamientos y sus análisis de la realidad, por eso que si bien
el progreso del conocimiento humano depende de la incorporación de
información y de esquemas conceptuales cada vez más refinados,
versátiles y eficientes, exige también una constante depuración
de las aberraciones que lo acompañan”. De modo que creo
conveniente bosquejar de dónde parto, exponer mis dudas y puntos
de vista, y luego tratar de hacer proposiciones concretas y
factibles tal como nos invita el Dr. Jaffe.
El
escenario actual que tratamos de superar
En
la Argentina de mi infancia y adolescencia el Estado nos obligaba,
por un lado, a tomar clase de religión católica, en la que se nos
imponía un modelo explicativo de la realidad lleno de creaciones,
milagros y revelaciones y, por el otro, aquel mismo Estado impwsí
que nuestros profesores de materias como filosofía, historia,
física y biología, nos enseñaran Evolución, tanto cósmica, como
planetaria y biológica1.
A su vez, aquellos docentes, nos inculcaban la noción de que la
ciencia había arrancado de buenas a primera hace unos tres mil
años, cuando egipcios, babilonios y griegos se pusieron a razonar
con un cerebro que, según ellos, había sido generado en uno de los
seis días del Génesis. Dicho sea de paso, aquella Weltanschauung
no solo regía en el ámbito escolar, sino que era la imperante en
la cultura argentina de entonces, incluida la de mi propia familia,
pues cuando preguntaba a mis mayores por qué existe el Mundo y de
dónde provenimos los seres humanos, con cándida honradez me
reiteraban la versión del Génesis, del muñequito de barro y su
famosa costilla, y la drástica diferencia entre la capacidad
cognitiva del Homo
sapiens y el resto de
los organismos vivientes. De modo que aquellas nociones fueron una
introducción formal a mi comprensión de la realidad. Cabe preguntar
entonces ¿estamos tan seguros de que esa iniciación en la cultura
usando un modelo explicativo que para aquel entonces ya se sabía
falso no juega papel alguno en que hoy carezcamos de ciencia y de
una cultura compatible con ella, del tipo que tienen todos y cada uno
de los países del llamado Primer Mundo? Pues yo no lo estoy, antes
bien, sospecho que semejante carga de despropósitos en un momento en
que el cerebro infantil/adolescente las incorpora sin pasarlos por el
filtro de la razón, crea disonancias cognitivas graves. En realidad
esas fantasías no fueron para nada inanes, dado que luego se
conservaron indelebles en el cerebro de nuestros ciudadanos adultos2.
Esta
digresión hacia mis comienzos formativos no buscan reminiscencias
sentimentales, sino ayudarme a mostrar que, mientras el Tercer Mundo
siga inmerso en esas “aberraciones que acompañan a nuestras
supersticiones”, y no analicemos la naturaleza y las bases
evolutivas e históricas del conocimiento, seguiremos dando los
palazos de ciego habituales.
Uno
de los malos entendidos más pertinaces es tomar ciencia
e investigación
como sinónimos
exactos. Por el contrario, y como trataré de mostrar, mientras que
la ciencia es una
manera de interpretar la realidad, la investigación es en cambio la
habilidad para tomar una porción del caos de lo desconocido,
analizarlo, estudiarlo y, si es posible, sumar lo aprendido al
patrimonio cognitivo humano.
Tengo colegas que si bien interpretan la realidad “a la
científica”, esto es, sin invocar milagros, revelaciones, dogmas
ni apelar al Principio de Autoridad, carecen de toda originalidad y
no pueden ganarse la vida como científicos profesionales.
Concomitantemente, algunos colegas investigadores son un chispero de
originalidad y hacen contribuciones importantes que publican en las
revista de la máxima jerarquía internacional, pero interpretan la
realidad recurriendo a dioses, milagros y fansmagorías3.
Los
filósofos que me tocaron como docentes en mi infancia y
adolescencia, también acostumbraban afirmar que la ciencia es una
aventura de la razón, siendo que ésta juega un papel
imprescindible pero relativamente humilde. Así, un científico
genial y otro mediocre no se distinguen porque el primero sepa usar
complejos microscopios electrónicos, avanzados espectrofotómetros y
ecuaciones diferenciales que los segundos desconocen. Tampoco detecto
que los mediocres cometan errores de razonamiento. Se diferencian
en cambio en que mientras el científico genial concibe ideas
originales, los mediocres se ocupan de trivialidades o asuntos
trillados y previsibles4.
En
el Siglo XIX la ciencia comenzó a descartar la posibilidad de que
el Universo fuera una cosa,
y pasó a pensar que en cambio es un proceso,
y como tal está forzado a evolucionar. Enfocar las cosas de este
modo permitió comprender que el aparato cognitivo que luego
heredamos los humanos, se comenzó a forjar mucho antes de que
existiera el Homo
sapiens y, por
supuesto, la conciencia. Ésta apareció sobre la faz de la Tierra
hace apenas unos 50 mil años, es decir “nada” en términos de
una evolución que lleva unos 7.500 millones de años. Nuestra
memoria, con varios niveles de accesibilidad, la manera de procesar
la información y el conocimiento, de recordar, olvidar, investigar,
temer, creer, imaginar dioses y quarks, santones y teoremas, dependen
de estructuras cerebrales, impulsos nerviosos y mediadores químicos
que son en su casi-totalidad estructuras y funciones inconscientes,
que fueron inauguradas por especies ancestrales.
Evolución
de la manera de interpretar conscientemente la realidad
Ya
en posesión de una consciencia, el Homo
sapiens la sumó a su
aparato cognitivo y comenzó a usarla para ayudarse a interpretar la
realidad, habilidad que, como digo, es indispensable para sobrevivir.
Por supuesto, tampoco pudieron dejar de evolucionar los modelos
explicativos humanos que se fueron generando. Probablemente los más
primitivos fueron los animistas, que para interpretar por qué la
realidad es como es, supusieron que las cosas tienen ánima, de modo
que enterarse de “qué le gusta” al espíritu del volcán, del
río, del manzano ayuda a entenderse con un volcán, un río y un
manzano. Luego, en un desarrollo intelectual portentoso, el ser
humano generó politeísmos, en los cuales los diversos dominios de
la realidad están a cargo de la deidad correspondiente (Urano de los
cielos, Poseidón de los mares, Ceres de la agricultura, Eolo de los
vientos). Un avance cognitivo más prodigioso aun, pues requirió
inventar ni más ni menos que la coherencia de un solo dios,
permitió el acceso a los monoteísmos. Finalmente, el último
gran salto (hasta ahora), surgido de verdaderas hazañas mentales
monoteístas, le permitió al ser humano desarrollar la ciencia
moderna. Me parece prudente y de mínima justicia puntualizar que hay
entre nosotros pensadores profundos y brillantes que no se han
extraviado por las patologías extremas que aludí en los párrafos
anteriores, sino que hacen un fértil enfoque combinando Evolución y
Filosofía5.
Desgraciadamente,
la humanidad no está sincronizada, pues coexisten pueblos
estancados en algún animismo, otros en algún politeísmo, o algún
monoteísmo y solo una ínfima minoría ha logrado desarrollar
ciencia moderna. Justamente, los países del Tercer Mundo, que
albergan un 85-90% de la humanidad no tienen ciencia, y ni siquiera
una cultura compatible con ella. Pero aún esta descripción debe ser
tomada con cautela. Por ejemplo, el Vaticano no fomenta la ciencia ni
la investigación científica o, peor aún, no tiene una visión del
mundo compatible con ellas6,
pero esto no impide que papas y cardenales gocen de un altísimo
nivel médico cuando son baleados, sufren una angina
pectoris o padecen un
problema prostático. Por último, también los países del Tercer
Mundo tienen científicos, pero al carecer de una cultura
compatible con la ciencia los desaprovechan, son totalmente
dependientes del Primer Mundo que inventa, desarrolla y pone en el
mercado equipos y reactivos científicos sin los cuales la profesión
científica no podría trabajar.
- El primer drama consiste por supuesto en carecer de ciencia en un mundo donde ya no van quedando asuntos de envergadura que se puedan interpretar, y mucho menos resolver y manejar, sin ciencia moderna y tecnología avanzada; me refiero a la salud, la comunicación, los transportes, la climatología, el uso de la energía.
- Sabemos muy bien que la mención del segundo drama habrá de parecer insólita: para el analfabeta científico la ciencia es invisible. Cuando a un pueblo le faltan alimentos, medicamentos, agua, energía los afectados son los primeros en detectar y señalar el déficit con toda precisión; en cambio, cuando les falta ciencia, no pueden entenderlo así se les explique. Cabe recordar la opinión de Jean Piaget: “Uno no sabe lo que ve: ve lo que sabe”. Para que quede claro: si escribimos cien ecuaciones en las paredes y preguntamos cuál es la de Schrödinger, sólo quienes la conozcan podrán señalarla. Imaginemos un médico que recorre un villorrio africano afectado por cierta enfermedad y les comunica que tienen una carencia de manganeso ¿los lugareños van a entender de qué carecen? ¿Van a estar en condiciones de saber cómo solucionarla? ¿Van a saber de qué se les está hablando?
- El tercer drama no es menos curioso: el analfabeta científico cree que entiende perfectamente qué es la ciencia, pues como dije anteriormente la confunde con la investigación, y las toma como sinónimos exactos, aun en documentos oficiales. Es un concepto erróneo pero tan común, como el de confundir información con conocimiento, y dar por sentado que la ciencia se desarrolla por sí sola con solo publicar un número mayor de artículos científicos.
- El cuarto drama, es que el analfabeta científico está convencido de que todo problema es económico: Para él la única diferencia entre un país del Primer Mundo y uno del Tercero es que el primero tiene dinero y el segundo no. Da por sentado de que es pobre porque no tiene dinero, pues en su ingenuidad no puede concebir que es justamente al revés: es pobre porque es ignorante. Llega a creer por ejemplo que si el país dedicara a la ciencia una fracción suficientemente grande de su producto interno bruto, tendría ciencia, sin que medie cambio alguno en su visión del mundo ni en su manera de interpretar la realidad. Peor aun, de buena gana omitiría esa ciencia que aniquila sus deidades y milagros, y con gusto combinaría Teocracia con Tecnocracia.
- El quinto drama es que cuando un analfabeta científico habla de “política científica” se refiere casi exclusivamente a la forma de erogar un presupuesto, y suele representarlo con unas pizzas, cuyos sectores se denominan “sueldos”, “equipos”, “reactivos”, “servicios”, etcétera.
- En consonancia con esa chatura intelectual, es típico que un gobierno del Tercer Mundo dé por sentado que el problema con nuestra ciencia es administrativo, y en consecuencia encomiende ¡a los administradores! que nos impongan normas para que los científicos sepamos cómo tenemos que conducir nuestros proyectos, formar maestros y doctores, cómo debemos organizar nuestros laboratorios, institutos y lugares de trabajo, y sobre todo obligarnos a escoger las fronteras de la ciencia con base en la adjudicación de subsidios.
- No se gana mucho que digamos argumentando con los mandatarios y administradores cuando son analfabetas científicos, pues no son independientes, dado que están obligados a acatar normas administrativas que tampoco fueron concebidas en la secretaría de educación de su país, sino que les fueron impuestas por la de Hacienda, que a su vez debe atenerse a las normas que le dictan entidades supranacionales, del tipo del Fondo Monetario, Banco Mundial. Estas entidades suele condicionar la firma de un tratado, un crédito, el acceso a un mercado, a que el país tercermundista acepte también ciertas formas de manejar su educación, o que permita que los medios de comunicación, sean comprados y manipulados por un par de magnates oligopólicos. Esta práctica es tenebrosamente análoga a que un banco, para otorgar una hipoteca, exija que quien recibe el préstamo, se comprometa a no mandar sus hijos a la escuela.
(viii)
Uno de los dramas más terribles que le puede ocurrir a cualquier
organismo vivo es ser seleccionado “para”9
una situación, pero tener que vivir y sobrevivir en una distinta.
Pensemos en un pulpo seleccionado “para” sobrevivir en las
profundidades marinas, que de pronto es llevado a un desierto, un
picaflor trasladado al polo, una orquídea a una selva que de buenas
a primera es incendiada adrede para producir un terreno cultivable.
Hoy la realidad cotidiana en la que necesitamos sobrevivir, está
producida principalmente por la ciencia moderna y la tecnología
avanzada. Cuesta mucho encontrar algo natural, no generado por la
ciencia y la tecnología en un avión que nos lleva a Múnich, un
quirófano, o en una fábrica de computadoras. En ese sentido, un
habitante típico del Primer Mundo, no puede interpretar una cámara
de fotos de 10 megapixeles, un marcapaso cardíaco, o cómo logra
volar un Boeing 747, así se gane la vida en alguna fábrica que
produce dichos objetos. Para ponerlo de manera más dramática:
usando su ciencia, el Primer Mundo le está cambiando la realidad
cotidiana a toda la humanidad, por una realidad que el Tercero,
sumido en el más deprimente y bochornoso analfabetismo científico,
no tiene cómo interpretar. Hoy el tercermundista está pasando a ser
una especie incapaz de interpretar la realidad en que vive. Pero
cuidado, no por eso se extingue, pues una de sus maneras de adaptarse
es crecer numérica y exageradamente.
Tipos
de analfabetismo científico y factores que lo causan
El
primer tipo de
analfabetismo científico,
el más obvio, es intrínseco. Es el de sociedades que no lograron
evolucionar hasta alcanzar la ciencia moderna, y se estancaron en
alguna manera primitiva de interpretar la realidad (algún animismo,
politeísmo o monoteísmo). Si bien la mención de ejemplos ayuda a
aclarar el argumento (haitianos, congoleños, nepaleses, los yorubas
de Nigeria, los cushitas de Somalia) el analfabeta científico suele
tomar estos señalamientos poco menos que como escarnecimientos de
mal gusto.
El
segundo tipo de
analfabetismo científico es también intrínseco, pues se produce en
los pueblos que combaten todo intento por evolucionar hacia la
manera científica de hacerlo. No les es fácil seguir interpretando
que el Universo no se originó hace 13.700 millones de años tras un
Big-Bang, como propone la ciencia, sino hace unos 6.000 años como
permite calcular la suma de las edades de personajes bíblicos10,
que la mujer es inferior al hombre, que su virtud depende de la
integridad de su himen, que es moralmente admisible poner a un
niñito de seis años de rodillas y obligarlo a golpearse el pecho
hasta que acepte que es una oveja en el rebaño de Dios, que
reconozca su culpa de una transgresión cometida por Adán y Eva,
que si uno transgrede los preceptos religiosos será torturado por
toda la eternidad en un Infierno, y que debe amar a un dios filicida,
cuya ira se aplaca cuando envía a la Tierra a su propio hijo para
que sea sacrificado en una cruz; en una palabra: al analista
científico le es difícil aceptar esas concepciones propias de una
religión originada hace unos 3.000 años en la Judea de la Edad de
Bronce Tardía, y mezclada luego con el politeísmo pagano que
predominaba en la Roma de hace dos milenios cuando el emperador
Constantino adoptó el cristianismo. Y digo que no es fácil
aceptar esas nociones erróneas desde hace mucho pero hoy además
morbosas, pues para ello hace falta apoderarse del aparato educativo
de una sociedad y desfigurar la mente humana, comenzando si es
posible con la más temprana infancia. Vemos entonces que se trata
también de un analfabetismo científico intrínseco como el
mencionado anteriormente, pues aparece como un grumo indigerible de
terquedad en la dinámica interna de una sociedad.
Finalmente,
el tercer tipo de
analfabetismo científico
es inducido desde afuera. Francis Bacon ha opinado “El
conocimiento es (en sí) poder”,
pero es como si los primermundistas adoptando dicho criterio,
reservaran el conocimiento (sobre todo el científico) para sí,
sumiendo al resto de los países en el más despiadado analfabetismo
científico, de tal manera que todo lo que requiera conocimientos y
tecnologías surgidos de la ciencia, se invente, produzca, patente
allá, y nos lo envíe para que lo compremos aquí. Richard
Rosecrance lo ha puesto con apabullante claridad: “Hay
países cabezas y países manos”11.
Adivine el lector ¿en cuál de los dos grupos ubica Rosecrance a
América Latina y el Caribe?
Mi
diagnóstico es pues: La
vida consiste en el proceso y las formas que va tomando su evolución;
detenerlo o entorpecerlo (con procedimientos internos o externos)
provoca monstruosidades.
Proposición
de cosas concretaS y factibles que AmÉrica Latina y el Caribe deben
realizar para desarrollar UNA CULTURA COMPATIBLE CON LA CIEncia y la
tecnología.
Aquí
va entonces la proposición solicitada por el Dr. Klaus Jaffe:
tenemos que
destrabar el marasmo que nos impide la evolución hacia la ciencia
moderna.
Primer
objetivo: Fortalecer
el carácter laico de los países del área.
Se trata de dar un paso tardío pero similar al dado por los países
del norte de Europa en los siglos XIV y XV, y que los encaminó a
lo que hoy es Primer Mundo. Justifiquémoslo:
Hace
unos párrafos mencioné ocho dramas típicos del analfabetismo
científico. Debo agregar ahora un noveno.
Todas las especies han forjado su herramienta para sobrevivir con
base en alguna característica. El Homo
sapiens no es
excepción; la suya consiste en hipertrofiar su capacidad de conocer
la realidad que habita, basándose en dos cualidades principales. La
primera es su sentido
temporal12
que le permite hacer modelos dinámicos del la realidad (“dinámicos”
significa, justamente, “en función del tiempo”), de modo que
puede predecir una situación antes de meterse en ella. Podemos
imaginar que en plena Edad de Piedra, era más seguro imaginar lo que
podría hacernos una manada de hienas que ir a averiguarlo
cándidamente yendo a pararse en medio de ellas. A medida que
evaluamos un futuro más lejano, su complejidad y ambigüedad crecen
enormemente. Justamente, la capacidad de generar modelos dinámicos
en nuestra mente, permite “experimentar” in mente con
muchísimas más alternativas además que la
que después habrá de darse; es formalmente una manera de adaptarse
al futuro, no quedar librado al azar, protegerse hasta donde se pueda
de la incertidumbre. Por supuesto, ya generados los modelos
científicos, dicha propiedad hoy nos permite calcular día y hora
de un eclipse que habrá de suceder dentro de 75 años, o el día y
la hora en que dentro de algunas décadas habrá de regresar el
cometa Halley, o dar cuenta de los principales hechos cósmicos
ocurridos desde el mismísimo inicio del Universo, hace 13.700
millones de años.
La
segunda consecuencia de haber hipertrofiado la capacidad de conocer
del Homo sapiens,
es la de ser
creyente, que se
refiere a que la mayor parte de las cosas que conocemos las hemos
aprendido de segunda mano. Yo, por ejemplo, no conocí a
Tutankamón, no estuve en la Revolución Francesa ni inventé el
castellano, pero tengo a dicho faraón, revolución e idioma
incorporados a mi patrimonio cognitivo, porque se
los creí a mis
padres y maestros durante la crianza y educación. Así es: enseñanza
y educación se convierten en un colosal embudo cognitivo con el que
me vierten en la cabeza todo lo aprendido por todos los Homo
sapiens de cientos de
generaciones que me han precedido. Soy creyente, tomo el medicamento
que me recomienda el médico, sin exigir que me presente los
resultados de los ensayos farmacológicos en que se basa. Si me
pierdo en una ciudad, pregunto a los lugareños, creo las
instrucciones que me dan y las sigo. No he planteado ni resuelto el
Teorema de Tales, me enseñaron a hacerlo; tampoco entiendo los
detalles de un ecocardiograma, pero pago para que me lo practiquen y
creo en lo que proponen hacer con mi corazón con base en la
información que emana de dicha prueba; definitivamente: soy
creyente. Por eso es tan necesario cuidar que el tonto o el perverso
no aprovechen esa credulidad para contaminar esa creencia con lo que
hoy son
fantasmagorías y errores comprobados. Fue un enorme mérito de
Johann Joachim Becher (1635 – 1682) introducir la teoría del
flogisto; pero hoy sería un desatino exigir que un alumno de química
se base en él. Y he aquí otro mérito de la manera de conocer de la
ciencia moderna: no tomamos la propuesta de Becher como un dogma
al estilo del las religiones, sino como lo mejor que se pudo
proponer en su tiempo. ¡Gloria a Becher, fuera el error!
Veamos
ahora algunas consecuencias de la combinación de dichos atributos.
Dado que la capacidad de generar modelos mentales dinámicos otorga
enormes ventajas, se seleccionaron seres humanos con flechas
temporales cada
vez más largas, que abarcaron futuros más y más remotos. Mas llegó
un momento en que la longitud de dicha flecha fue tan larga, que le
permitió al Homo
sapiens percatarse de
que hay un futuro en que habrá de morir13.
La perspectiva de morir lo sumió en la mayor de las angustias, pues
el ser humano basa su seguridad y su sosiego en el conocimiento, pero
ignora qué habrá de sucederle cuando muera. Pero fue rescatado por,
precisamente, su capacidad de creer, pues su cultura le confió
“explicaciones” mitológicas que lograron apaciguarlo. Puesto en
blanco-y-negro: si era egipcio la religión lo convencía de que,
cuando muriera, vendría el dios Anubis a llevarlo en una barca a la
ribera occidental del Nilo (“muerte” significaba reposo); si era
un germano muerto en batalla lo rescatarían guapas y sexy valkirias
que lo transportarían a un paraíso (“muerte” significaba
goce); Me dicen que a los islámicos les prometen paraísos de
muchachas de virginidad reciclable, a razón de unas treinta por
barba; si en cambio quien moría era cristiano, debería esperar
hasta el Juicio Final en que lo sentenciarían a una eternidad
tocando el arpa en el Paraíso, o a freírse a perpetuidad en el
Infierno (“muerte” significaba paz, o bien tortura perpetua).
Todo dependía de si el egipcio, el germano y el cristiano habían
observado las normas de sus respectivas religiones con la debida
religiosidad14.
Toda
necesidad humana genera un mercado: la de alimentarse genera
agricultores, carniceros y restauranteros; las necesidades que
plantea la salud genera médicos, las del sexo prostitutas y
proxenetas. Análogamente, la angustia de muerte generó sacerdotes
que tomaron a su cargo instruirnos acerca de la concepción
cristiana, y reorientaron al creyente hacia rezos, rituales,
sacrificios e indulgencias. Los sacerdotes católicos concibieron
además la idea de que la virtud/pecado no es un asunto
exclusivamente individual, sino también social, con lo que se
atribuyeron la misión de salir a catequizar por la fuerza y castigar
al remiso, quemándolo en una hoguera si es preciso, para que los
demás no corrieran riesgos por albergar pecadores y herejes. El
peso político/militar de la institución religiosa (de aquí en más
“clero”) llegó a ser tan enorme, que se auto-autorizó a
apoderarse del aparato educativo de las naciones, para asegurarse que
la visión del mundo de la feligresía no fuera a desviarse y
restarles poder. El ser humano de hoy día sigue teniendo flecha
temporal, angustia de muerte, temores místicos y necesidad de que se
les mitiguen. De modo que aun hoy la
religión sigue teniendo un papel indispensable
y la manera en que cada quien la encause sigue siendo un derecho
inalienable, por eso hay que proteger su derecho a que el clero no
haga un uso espurio de esta necesidad humana, de lo contrario sería
como usar la necesidad y derecho al sexo para justificar la
prostitución.
Este
asunto nos compete en el presente capítulo porque impide ni más ni
menos que la evolución de nuestros pueblos hacia la manera de
interpretar la realidad “a la manera científica”. Nos aman a tal
punto, que en serio creen asegurar nuestra felicidad eterna
atándonos a un modelo perimido de la realidad, e impidiéndonos que
evolucionemos al que le sigue, es decir, a la manera científica de
hacerlo. Aquí resuenan las opiniones de Francisco de Goya y
Lucientes: “El sueño
de la razón produce monstruos”.
Imponer el mito del celibato a los sacerdotes hace que estos
descarguen sus apetitos sexuales con niñitos que acuden a ellos para
aprender catecismo, y acaben rompiéndoles el mito15;
contaminar el aparato educativo con milagros, revelaciones, dogmas y
con el Principio de Autoridad, crea disonancias cognitivas que nos
anclan al analfabetismo científico del Tercer Mundo. Partiendo tal
vez de los días de Lutero (1483 – 1546) y otros protestadores, en
el norte europeo no gozaron de esa protección clerical y se
convirtieron en Primer Mundo16.
Y advirtamos que nos estamos limitando a señalar el aspecto
cognitivo, pues si
trajéramos a colación el aspecto
moral del poner a un
niñito de rodilla y contaminar su mente con lo que (hoy)
son dislates, el
panorama se complicaría hasta el grado de morbosa perversidad.
Seguramente,
el mero fortalecer el carácter laico de nuestros países, no
desarrollará automáticamente su ciencia, pero espero que sea un
paso beneficioso.
Segundo
objetivo: desarrollar
una cultura compatible con la ciencia.
Recordemos
ahora el segundo drama del analfabetismo científico: la
ciencia es invisible para el analfabeto científico
(vide supra).
Los líderes intelectuales de América Latina y el Caribe suelen
publicar sesudos ensayos sobre la cultura del siglo XX en sus países.
Jamás olvidan presidente, golpe de estado, trifulca entre el campo y
la ciudad, movimiento plástico, escuela literaria, ni bailes
regionales. Pero, de un Siglo XX que ha visto desintegrar el átomo,
secuenciar el genoma humano, aparecer la cirugía abdominal, la
cardíaca y cerebral, la aviación, la televisión, las redes de
computación, nuestros especialistas no advierten que las mismísimas
culturas a que se están refiriendo no desarrollaron su ciencia ni su
tecnología. Puesto en otros términos: no sorprende que nuestra
cultura sea incompatible con la ciencia, cuando abunda entre sus
líderes los analfabetos científicos. Muchas veces cuando hablan de
la riqueza de nuestras tradiciones, asemejan a un padre que admirara
la frescura de su hijo, porque a pesar de tener veintinueve años de
edad y medir un metro ochenta de estatura, conserva un cerebro que
detuvo su crecimiento cuando tenía dos años. ¿Qué propongo al
respecto en pro del desarrollo de una cultura compatible con la
ciencia? Prosigamos:
El
objetivo 1, que ya hemos visto, trata de proteger el conocimiento
latinoamericano (el actual y el que se logre desarrollar en el
futuro) de fuentes perversas y tradicionales del analfabetismo
científico. En cambio, el segundo objetivo busca incorporar
componentes esenciales de la ciencia moderna, que a nuestras culturas
les falta. Primero las enumeraré, y luego propondré una manera
barata, eficaz y a nuestro alcance para irlas incorporando a la
cultura de nuestros pueblos.
- La concepción que más estridentemente falta en nuestras culturas es la de Evolución, tanto a nivel cósmico (del Big-Bang al futuro), biológico (de la Tierra primigenia al Homo sapiens), al individual (básicamente las ideas piagetianas de cómo madura el cerebro y se instala el aparato cognitivo en cada persona que nace).
- El origen y evolución del mundo del conocimiento. Hay que explicar las etapas principales de la evolución del conocimiento, desde el inconsciente al animismo, y de éste a la ciencia actual. Debe hacerse apelando a grandes pasos cognitivos, y no debe reducirse a enumerar series de sabios ilustres a lo largo de la historia. Debe ponerse énfasis en mostrar la relación que la ciencia ha tenido con la universidad, la empresa, el poder. Deben ser expuestas de manera fácil de captar tanto la naturaleza como los usos de la ciencia, desde la exclusión del Principio de Autoridad a la incorporación de la experimentación, al uso de la estadística, las grandes etapas en las concepciones cosmológicas.
- El origen y evolución de las religiones: cuándo, por qué un pueblo dado pasó a tener tal o cual concepción religiosa, por qué necesitó complementar sus modelos interpretativos de la realidad con determinadas suposiciones, místicas o no. Cualquiera sea el derrotero de estas explicaciones, convendría poner el énfasis en la versión católico-romana pues es mayoritaria en nuestra región.
- Evolución de la organización política (de la horda primitiva a la democracia griega, a los países del Siglo XI, y de ahí a las versiones actuales de la organización de los diversos países del área). Me demoraré en esta explicación, porque sostengo en otro ensayo que nuestras sociedades tercermundistas no pueden, no están en condición de ser democráticas y esto también desemboca demasiado frecuentemente en crisis, reyertas, golpes de estado y dictaduras. Puesto en blanco y negro: allá en la Grecia Clásica, con la caída de los arkontes y las sociedades estratificadas en jerarquías, cobraron importancia las ciudades y los habitantes, de ahí en más llamados “ciudadanos” enfrentaron el problema de gobernarse entre iguales. Se vieron obligados a inventar “las leyes del tener razón”: argumentar, debatir, refutar, demostrar, convencer, que con el tiempo fueron dando origen a la democracia, la filosofía y los pródromos de la ciencia. No ha sido (no es) tarea fácil, pues paulatinamente la “democracia” pasó a ser identificada con el “voto”, siendo que este señala en realidad el fracaso del proceso democrático. Es que los asuntos que necesitan resolver los pueblos en su vida diaria son tan complejos, que es imposible debatirlos hasta que no quede ninguna objeción. Llegado el momento en que no queda argumento de importancia, y sobre todo ante la necesidad de resolver en un tiempo determinado, se recurre a votar. Pero la capacidad de argumentar y regirse por las “leyes del tener razón” no son naturales, es necesario aprenderla durante el proceso educativo. Desgraciadamente, nuestra gente no está entrenada en la capacidad de argumentar y, así haga reclamos válidos, recurre a tomar instalaciones, huelgas de hambre, encadenarse a verjas, desfilar desnudos, y acaban cayendo en manos de charlatanes, demagogos, y expertos en mil maneras de anular el debate y la argumentación democrática. Quizás sería pertinente incorporar estas patologías de la democracia a los dramas del analfabetismo científico que enumeré anteriormente.
Métodos
y enfoques
Los
científicos estamos tan acostumbrados al proceso evolutivo de cada
disciplina, que recurrimos a explicar aunque sea escuetamente los
pasos históricos que ha seguido hasta desembocar en su versión
actual. Esto rige para la enseñanza de la astronomía, la física,
la navegación, la computación, la medicina, etc. Es de rigor que
los primeros temas de cada curso comiencen con un bosquejo de su
historia. Este enfoque tiene el valor de mostrar el tipo de
dificultades que enfrentó la humanidad, la manera de enfocarlo y
resolverlo. Tiene además la importancia de revisar y volver a
revisar la maravillosa sistematización y coherencia del conocimiento
científico. Curiosamente, las religiones no recurren a divulgar por
qué razón y de qué manera fueron surgiendo la discriminación de
la mujer, el sexo, el celibato, y las mil y una características que
han desembocado en los ritos que hoy practica la sociedad. Por el
contrario, hoy la historia y la arqueología están en condiciones de
señalar puntual y casi exactamente los momentos y las razones que
llevaron a suspender las explicaciones con imposiciones
invariablemente autoritarias. Seguir apelando a misterios y dogmas
ante cada bizarrería ha contribuido a acentuar innecesariamente su
carácter irracional, y las ha hecho incompatibles con la sensatez.
Siempre
me ha maravillado que el Deutsches Museum de Múnich muestre en una
caminata de un par de horas, la manera en que Alemania fue combinando
sus desarrollos de la minería, la siderurgia y el proceso
industrial. Se trata de maquetas, mulas embalsamadas y maniquíes de
mineros, junto con antiguas carrindangas, hasta vagones-tolvas de
ferrocarril, restos de antiguas máquinas trituradoras, lavadoras de
arenas y separadores magnéticos para procesar los minerales, hasta
las de fabricar el acero de la calidad deseada. Análogamente, yo
admiraba un túnel histórico montado en el Castillo de Chapultepec,
que en una caminata de una hora daba al visitante una idea del
México de los Olmecas, y luego pasaba por culturas como las maya,
azteca, tarasca, zapoteca, hasta desembocar en la Conquista, los
virreinatos, el Estado Mexicano, la Reforma, las revoluciones de
Zapata y Villa y la serie de batallas, pactos y gobiernos que les
sucedieron.
En
otros países he hecho caminatas por túneles que mostraban en dos o
tres horas la evolución de la vida, desde la sopa pre-biológica,
pasando por el origen de las células, los multicelulares, el paso a
la vida terrestre y así hasta la Edad de Piedra y la emergencia del
Homo sapiens.
Se
trata de muestras históricas en forma de túneles,
que los sabios de cada país van enriqueciendo y no dejan de tener su
propia evolución, en la medida en que las industrias van donando
maquinarias de gran valor didáctico pero que ya han retirado de sus
plantas productivas. Vale la pena prestar atención a la forma en que
la arquitectura ha ido acompañando esta forma secuencial de ilustrar
la historia y forma en que se desarrollaron la vida, la siderurgia,
el estado. Me refiero a la idea de Le Corbusier (1887 – 1965) de
construir edificios en espiral en medio de un amplio terreno al que
se le podrán ir agregando segmentos según transcurra el tiempo;
también nombro a Frank Lloyd Wright (1867 - 1959) que en su diseño
del Guggenheim Museum se basó esencialmente en un espiral, que
propicia que sus exhibiciones sigan un patrón evolutivo.
Hay
que terminar con la divulgación de “portentos” y rarezas, que
dan la idea de que el científico es un botarate en búsqueda de
curiosidades (me refiero a los famosos ¿Sabía usted que un agujero
negro sideral es capaz de comerse todo una galaxia? ¿Sabía usted
que si el ser humano fuera capaz de saltar como una pulga, podría
brincarse un edificio de veinte pisos?). Si no se ligan esas
evoluciones a la vida actual del visitante y de su sociedad, el
analfabeto científico seguirá aferrándose a la idea de que el
conocimiento es un asunto del Primer Mundo, un lujo para ricos. Los
humildes seguirán sacando a sus hijos de las escuelas y
condenándolos a la ignorancia y la miseria.
DISCUSIÓN,
ANÁLISIS Y ACLARACIONES
Mi
experiencia con la exposición de estas ideas ante diversas
audiencias, me advierte que suelen surgir algunas preguntas;
trataré de aclarar las principales:
A)
¿Cuál es la diferencia entre el tercer punto del Resumen
que inicia este
artículo (carecer
de una cultura compatible con la ciencia)
y el cuarto (tener
dentro de nuestra propia cultura factores perniciosos que agravan y
eternizan el analfabetismo científico).
Cultura
incompatible con la ciencia:
se presenta cuando la sociedad tiene usos y costumbres que
perjudican el desarrollo de la ciencia; veamos algunas (i)
imaginemos un equipo de astrónomos que se propone estudiar al cometa
Halley, que pasa cada 74-79 años. Esto requiere planear y agendar
los pasos del proyecto de modo que coincidan exactamente con el
próximo paso. Pero, cuando ya se ha logrado sincronizarlas y se le
adjudicaron fondos (subsidios) para llevar a cabo el proyecto, en los
países del Tercer Mundo puede tener lugar una elección presidencial
y el gobierno decide diferir un año en la entrega de los fondos ya
acordados. (ii)
Al futbolista Salvador Cabañas del club América de México, le
dispararon un balazo en la cabeza en un bar. Fue llevado al Instituto
Nacional de Neurocirugía donde cuentan con un aparato de varios
millones de dólares llamado Gamma Knife,
capaz de operar un tumor, un aneurisma o (en el caso de Cabañas) una
bala, cuya forma, naturaleza, posición, irrigación, vías nerviosas
que interrumpe, etc. se han estudiado a detalle con tomografías de
gran resolución. Cabañas estuvo semanas al borde de la muerte, pero
logró ser salvado. Hubo grandes grupos de futbolistas de todo
nivel, fanáticos del América que concurrían desde los arrabales,
hasta empresarios, directivos y astros de futbol. La reacción
unánime popular fue hacer numerosas misas de campaña para rogarle a
la Virgen de Guadalupe por la salvación del jugador herido. En este
punto es pertinente abundar sobre las características del equipo de
Gamma Knife es tan caro que en todo México sólo hay uno, lo que
provoca una enorme cola de pacientes (meses) pues sólo se puede
aplicar a un número irrisorio de gente que lo necesita. Yo llamaría
“cultura compatible con la ciencia” si esos miles de seguidores
del América hubieran encaminado sus esfuerzos a organizar un torneo
futbolístico para que los fondos recaudados permitan comprar un
segundo equipo de tomógrafos, computadoras y Gamma Knife, crear la
beca “Salvador Cabañas” para formar especialistas en el diseño
y usos de los aparatos e instalaciones que asemejan un laboratorio
espacial. Concomitantemente, llamaría “cultura incompatible con la
ciencia” a la que es incapaz de aprovechar el enorme interés
concitado por el balazo a Salvador Cabaña, y su increíble rescate a
través de conocimientos científicos, para que la sociedad constate
de primerísima mano las ventajas de desarrollar la ciencia y la
tecnología. Este no ha sido –no es- el caso. (iii)
Una comisión de especialistas creada por el Poder Legislativo pasó
una ley que restringió hasta niveles inconcebibles el uso de
animales en investigación biológica, pero hizo excepciones al
toreo, la riña de gallos y las peleas de perros, pues la cultura
imperante así lo impuso.
Tener
dentro de nuestra propia cultura factores perniciosos que agravan y
eternizan el analfabetismo científico:
veamos algunas (i)
Los divulgadores mexicanos se esmeran en que la sociedad entienda por
qué hace frío, calor, llueve, nieva, hay nubes o brilla el Sol.
Pero la clara y radiante tarde de enero de 1999 en que visitó
México el papa Juan Pablo II por cuarta vez, las televisoras
aconsejaron a los televidentes que prestaran atención a “hasta
qué punto la Virgen de Guadalupe ama al papa, que despejó las nubes
e hizo brillar el Sol para recibirlo”.
México tiene leyes que obligan a publicar la contaminación del
aire que respiramos, la cantidad de colesterol que tienen las papas
fritas, los riesgos de que cierto medicamento se use en mujeres
embarazadas; pero no tiene leyes que protejan a su población de
intoxicaciones
cognitivas como la
que se asestó durante la visita papal, o que aparezcan pitonisas
televisivas asegurando a audiencias de millones que el cáncer se
previene y cura tomando cierto tónico a base de ruda macho el día
13 de cada mes. (ii)
El periódico La Jornada en su número del lunes 13 de mayo de 2002
en su página 18 reporta que el Sr. Alberto Fernández Garza,
candidato a dirigir el Consejo Coordinador Empresarial, prometió que
si resultaba electo, desmembraría la Universidad Nacional Autónoma
de México, como medida en favor de la organización social que
preconiza.
“El
espíritu subyacente en este artículo podría traslucir como que los
investigadores en ciencia no tienen nada más que aportar en nuestra
región además de lo que ya están haciendo”.
¡Ooops! Si eso se entendió, se debe culpar a mi chapucería
didáctica. Aquí va la aclaración.
En
primer lugar,
nuestra comunidad de investigadores en ciencia agrupa el mayor número
de científicos que tenemos. Mas también reúne investigadores
brillantes (en cuanto a sus aportes al patrimonio cognitivo de la
ciencia) pero cuya visión del mundo admite milagros, revelaciones,
dogmas y el Principio de Autoridad. Voy a exagerar para producir un
ejemplo extremo: si un miembro de nuestra comunidad desarrollara un
medicamento que curara la lepra, el cáncer y el Alzheimer juntos, yo
diría que es un investigador brillantísimo. Pero, si al mismo
tiempo opinara que el Universo fue creado en seis días, tal y como
lo dice el Génesis Bíblico, no lo contaría de ninguna manera entre
los científicos, puesto que la ciencia NO admite dicha creación, y
en cambio postula que se originó hace unos trece o catorce mil
millones de años a partir del Big Bang.
En
segundo lugar, y
dado que se me pregunta si los investigadores en ciencia tienen algo
más que aportar, yo haría dos cosas. La primera es rogarle a
nuestros investigadores que prosigan haciendo aportes valiosos al
saber humano. La segunda es aconsejarles que haga un esfuerzo por
meditar sobre lo que digo en este capítulo, cuando afirmo que la
manera de interpretar la realidad “a la científica”, no admite
milagros.
En
tercer lugar, si
mi aseveración de que no tenemos una cultura compatible con la
ciencia le resulta inadmisible, le propongo que fabriquemos un
“atrasadómetro”. Vaya el 7 de agosto a la iglesia de San
Cayetano (patrono de los trabajadores) y cuente las cuadras de cola
de personas que admiten que dicho santo puede operar las variables
del mercado de trabajo para que le consiga un empleo. Hace dos años
(2009) leí en los periódicos que en la ciudad de Buenos Aires dicha
fila llegó a unas 22 cuadras. Luego vaya a Zürich, Lima,
Heidelberg, Sao Paulo, San Francisco, Catamarca, Edimburgo, Asunción
del Paraguay y, si encuentra un templo a dicho santo en dichas
ciudades, cuente las cuadras de cola. Que las compare con el número
de científicos (o si prefiere, de investigadores) que hay en dichas
ciudades.
La
ciencia administrada por analfabetos científicos
Cuando un estado tercermundista
quiere apoyar el estudio de algún problema concreto mediante
donativos, recurre al consabido “desapoyo” de proyectos que ya
están en marcha, para obligar a los investigadores a abocarse a
proyectos para los que no están capacitados y no tienen los equipos
necesarios, en desmedro de lo que venían haciendo. Los subsidios
deberían ser un “además de” y no un “en vez de”. Esta
práctica suele plantear pseudo-problemas.
Por ejemplo, estamos de acuerdo en que el alcoholismo es un mal muy
generalizado y terrible desde muchos puntos de vista. Pero ahora los
fondos se ponen a disposición de esa forma anticientífica de
abordar el alcoholismo, provocando que un número de investigadores
estudie el hígado de ratas a las que se le administra alcohol en
dosis que equivalen a que un ser humano bebiera un galón de whisky
diario. Cabe aclarar que, si bien los proyectos así propiciados
producen resultados experimentales constatables, se persigue un
despropósito, pues el alcoholismo no se debe a que la bioquímica
moderna desconozca el metabolismo del etanol en el hígado.
“¿Cómo
explica que países fuertemente religiosos como USA e Irán han
tenido un asombroso crecimiento en la investigación científica
recientemente?”
En
un artículo sobre la ciencia uno aspira a que el lector no caiga al
nivel de generar “bargaining chips” para ser usados para
contrarrestar los argumentos. Mis argumentos sobre el embotamiento
cognitivo y el drama moral que significa que el 95% de los habitantes
de un país interpreten la realidad con base a modelos plagados de
misticismos, no deben ser evaluados a la luz de lo que hacen o dejan
de hacer países como Estados Unidos o Irán.
Ahora
bien, si el lector desea que hagamos una digresión hacia sus
curiosidades sobre Irán y Estados Unidos, creo que no soy una
persona capacitada para escribir sobre el asunto. A lo sumo podría
señalar que Estados Unidos, como todos los países de Primer Mundo,
tiene una saludable y tajante separación entre la religión y la
operación del aparato de Estado. En el estado de Massachusetts por
ejemplo, donde tienen ni más ni menos que la Universidad de Harvard,
el Massachusetts Institute of Technology y abundan los católicos
descendientes de irlandeses, la Iglesia Católica ha sido condenada a
pagar unos 30 millones de dólares como reparación a jóvenes
violados por los sacerdotes, y también como indemnización a las
familias de muchachos a quienes el abuso sexual a que fueron
sometidos por los curas empujó al suicidio. Durante la última
visita del papa Juan Pablo II a dicho país, pidió al (entonces)
presidente George W. Bush que intercediera para que Massachusetts le
condonaran la deuda pero, elocuentemente, el presidente se excusó
sobre la base de que dicha gestión no estaría dentro de sus
atribuciones.
“La
fuente más importante de nuestro analfabetismo científico es la
falta de docentes calificados para enseñar las ciencias. ¿Cómo
podemos superar esto?”
Hace dos respuestas insistí en que la comunidad científica debe
esmerarse sobre todo en las cosas que sabe y puede hacer. Esta es
una instancia ejemplar: ayudar a formar docentes calificados. En
realidad, a principio del Siglo XX la Argentina puso la enseñanza
de tres instituciones (el Otto Krause, el Colegio Nacional de Buenos
Aires, y el Colegio Carlos Pellegrini) directamente a cargo de sus
profesores universitarios, a los que ingresaban los alumnos que
habían obtenido máximo puntaje en la enseñanza media. Creo
sinceramente que esos establecimientos funcionaron como la École
Normale Supérieure de Francia, de la que sale el 90% de los
dirigentes científico-técnicos del país, y donde se formó la
mayoría de los Premio Nobel franceses. Esa fue una idea napoleónica
que funcionó. Yo sugiero que se asigne una compensación económica
para profesores universitarios que quieran enseñar en los colegios
secundarios de máximo nivel.
El
analfabeto científico ofendido
Tradicionalmente,
la sarna, la sífilis y la tuberculosis han sido enfermedades
infamantes, llamadas así porque además de las penurias que
desencadenan, su mero nombre era, per
se, un insulto,
porque el médico que se enfrentaba a ellas se veía obligado a
recurrir a eufemismos y requiebros, antes de enunciar su diagnóstico.
Sólo se las comenzó a aliviar cuando la medicina dejó de lado las
connotaciones subjetivas y recurrió a estudiarlas con seriedad y
todo lo formalmente que puedo. Análogamente, he constatado que
varios de los tópicos que discuto en este artículo resultan
infamantes. Para no naufragar en ambigüedades, citaré el caso del
enfoque evolutivo de la medicina. Según la feliz expresión de
Theodosius Dobzhansky “En
biología nada tiene sentido salvo en el contexto de la Evolución”.
El
avance biomédico en los últimos dos siglos ha llevado a constatar
que hoy la anemia, la fiebre, la tos, el vómito, dependen de
mecanismos que son más antiguos que el mismísimo Homo
sapiens. Sin el
enfoque evolutivo no podríamos entender las enfermedades virales
que pasan de una a otra especie animal y luego estallan en epidemias
humanas. De hecho, el enfoque evolutivo de la medicina se considera
la revolución médica más importante de la historia, a lo cual
cabría agregar que es también la más barata, en el sentido de que
no depende de costosos aparatos e instalaciones, sino a la
erradicación de ignorancias que beneficiaría hasta las capas más
humildes de la población. En un momento dado la Academia de Medicina
de México me invitó a dar la conferencia anual “Miguel
Jiménez”. La
dediqué a advertir que ninguna de las escuelas de medicinas del
país ofrece cursos de Evolución en sus programas de enseñanza.
Pasados los aplausos, se me acercó un grupo de 4 ó 5 colegas a
quejarse de que ese enfoque ofende el credo de algunos académicos.
El reclamo aparecía como una colisión entre el osado aporte
científico de quienes pugnan por enfocar la medicina con base en la
Evolución, y la entrañable ignorancia de aquellos colegas que se
aferraban a esquemas perimidos. No hubo víctimas entre nosotros,
pero obviamente se sigue victimando ¡al paciente!
Así
es, el analfabetismo científico es en sí una patología del saber,
pero me dolería que resulte infamante para lector alguno. Me refiero
a que un colega lector de este capítulo cuando estaba en la etapa de
manuscrito, opinó que mi distinción entre investigador y
científico, ofende al primero. Podríamos zanjar el asunto
recurriendo a dos aclaraciones. La primera consiste en señalar que
una metonimia es una figura de la retórica, que toma la parte por
el todo. Cuando decimos “se hizo a la vela” no imaginamos que
alguien se lanzó a la mar con una vela solamente, sino que damos
por entendido que utilizó todo un navío. Análogamente, decimos “el
espada” para referirnos a todo un torero. En esa vena, podemos
seguir hablando indistintamente de “investigadores” y
“científicos”.
Pero
cabe otra aclaración. Hace unas páginas señalé que Becher
introdujo el concepto de flogisto, porque en su momento lo creyó
conveniente. Podría decir ahora que la ciencia moderna ha sido obra
de generaciones de cristianos europeos, y agregar que sería un logro
descomunal que nuestros investigadores pudieran desarrollar la
ciencia en nuestro subcontinente. No denigro precursores ni
pioneros ¡Gloria a todos ellos!
1
Valerani, A. “La
ideología y la ciencia: el caso del a enseñanza de la evolución
en la escuela argentina”.
en El Color de lo Incoloro: miradas para pensar la enseñanza de
las ciencias. Gvirtz (dir.) et al. Novedades Educativas, Buenos
Aires 2000.
5
Pongo por caso (y recomiendo) al sabio español Nicanor Ursua:
“Cerebro
y conocimiento: un enfoque evolucionista”.
Anthropos, Barcelona, 1993.
6
El papa Pío IX promulgó la encíclica Quanta
Cura
en 1864, que tiene un Syllabus
en el que condena específicamente la ciencia y sus derivados.
9
La Selección Natural no puede seleccionan “para”, pues eso
implicaría que una causa futura viaje en contra de la flecha
temporal para causar un efecto presente. Aceptar que hay causas
futuras que pueden afectar el presente se llama “Teleología”,
doctrina que no se acepta científicamente. Sin embargo, con una
disculpa docente se acepta decir
que la bilis se secreta para
digerir lípidos, que los ojos están para
ver, etc.
10
James Usher, latinizado Jacobus Usserius (Dublín, 4 de enero de
1581 – 21 de marzo de 1656) fue arzobispo de Armagh. En 1650
escribió el libro “Los
anales del mundo”.
Basándose en la Biblia, estimó el número de generaciones y la
duración media de la vida humana entre Adán y Eva y el nacimiento
de Jesucristo. Y de ese modo dedujo que la creación de la Tierra
tuvo lugar en el anochecer del sábado 22 de octubre del 4004 a. C.
11
Rosecrance, R. “The
Rise of the Virtual State: wealth and power in the coming century”.
Perseus Basic Books, New York, 1999.
12
Blanck-Cereijido,
F. y Cereijido, M. “La
Vida, el Tiempo y la Muerte”.
Fondo de Cultura Económica, México, 1988.
13
Blanck-Cereijido, F. y Cereijido, M. “La
Muerte y Sus Ventajas”.
Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
14
“Religioso” deriva de religens,
que se refiere a ser muy cumplidor con sus obligaciones. Lo
contrario es negligens,
del que deriva “negligencia”.
15
El mecanismo por el cual una restricción favorece la aparición de
las llamadas “propiedades emergentes”, lo explico en los libros
“Elogio
Del Desequilibrio”,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2009, y “Hacia
Una Teoría General Sobre Los Hijos De Puta”,
Tusquets, México, 2011.
16
Huelga aclarar que, así como hace un momento reconocí los méritos
de Becher sin por ello adherirme a sus conceptos, no estoy ahora
abrazando las enseñanzas de Lutero, sino su impacto histórico.
ALÓ PIRINCHO del 10 de julio 2013
RESUMEN DEL PROGRAMA
Cuando
mi querida amiga Sara Melul, me llamó por Radio La Tercera para
entrevistarme semanalmente desde Argentina sobre temas de ciencia,
acepté porque considero que la Argentina tiene una cultura
achaparrada, propia de un país de Tercer Mundo, cosa que a mi y a
todos mis colegas científicos una tremenda mortificación, porque
Argentina nos dio (completamente gratis, desde el Jardín de Infantes
a la beca internacional) una formación que nos permitió
entreverarnos a hacer ciencia en las mejores universidades del mundo.
Me fui entusiasmando con la posibilidad de que la serie de
audiciones Aló Pirincho nos brinden una oportunidad para promover
el desarrollo una cultura compatible con la ciencia. Pero
ni bien puse manos a la obra, mi ambición creció, porque el
desarrollo de una cultura compatible con la ciencia es sin duda un
primer paso importante hacia el desarrollo de la ciencia
moderna.
Vale
la pena intentarlo porque, de lograrlo, Argentina zafaría de la
dependencia, miserias y humillaciones que sufre por ser actualmente
un país de Tercer Mundo.
¿Quién
sería suficientemente pesimista como para demostrarme que no
podremos usar Radio la Tercera para desarrollar la ciencia y de
yapa, una cultura compatible con la ciencia? Es más, los desafío a
que me manden un texto breve, escueto, de menos de 150 palabras, pero
serio, en el que ustedes realmente crean, argumentando por qué no
podríamos lograrlo. Y más aún, respondan también quienes creen
que sí, que es posible y sugieran pasos factibles hacia ese
objetivo. Prometo que si lo encuentro serio, bien intencionado y
positivo lo comentaré en estas audiciones.
Justamente,
en la audición de hoy explicaré por qué desarrollar la ciencia
moderna en Argentina sería una tarea monumental. Por qué Argentina
es uno de los pocos países del mundo en que se puede intentar, y por
qué creo que Radio La Tercera puede ser el instrumento ideal para
comenzarlo.
Me gustaría que los oyentes tangan presente por lo menos el
encabezamiento de este texto pues, evidentemente, yo no lo podría
leer en cada audición, porque tomaría demasiado tiempo. Pero lo
pondré en la red, y lo iré expandiendo para que cada oyente pueda
releerlo, meditar sobre la pertinencia de lo que iremos diciendo, e
invitar a todos a participar. Aquí no me queda más alternativa que
ser sucinto y condensado. Pero si a ustedes les interesa conocer
cuáles son los fundamentos de mis argumentos y de las afirmaciones
que hago en el programa de Radio La Tercera, les recomiendo que lean
mis siguientes libros:
Cereijido,
M. "La Nuca de
Houssay”. Fondo de
Cultura Económica. Buenos
Aires.
Cereijido,
M. "Ciencia Sin
Seso, Locura Doble”.
Siglo XXI. México.
Cereijido,
M. "Orden Equilibrio
y Desequilibrio"
(una introducción a la
biología). Siglo XXI editores. Buenos Aires.
Cereijido, M. y Blanck-Cereijido,
M. "La Muerte y sus
Ventajas". Fondo de
Cultura Económica. México.
Cereijido,
M. "Por qué no
tenemos ciencia".
Siglo XXI editores. México.
Cereijido,
M. y Reinking, L. “La
Ignorancia Debida”,
Ediciones el Zorzal.
Buenos Aires.
Cereijido,
M. “El Doctor Marcelino
y sus Patrañas”.
Ediciones del Zorzal.
Buenos Aires.
Cereijido,
M., Reinking, L. “People
without Science”.
Vantange Press, New
York.
Cereijido,
M. “La Ciencia Como
Calamidad”. Gedisa.
Barcelona, Buenos Aires.
Además, para matizar un
poco mis peroratas de cada programa, iré dedicando algunas
audiciones salpicadas a extractarles
un libro de algún autor internacional importante, que
analice temas que aquí nos van interesar. Ya les extracté uno en
una audición anterior: el libro de Daniel Bennett “Rompiendo
el hechizo” que muestra por qué la ciencia moderna no
respetó aquello de que sólo los creyentes pueden analizar la
religión. Era un argumento tan antojadizo, como que sólo pudieran
investigar sobre el cáncer los médicos cancerosos. No era más que
una patraña para justificar una cosa nostra. Así fue:
la ciencia tomó a la religión como objeto de estudio, su historia,
sus personajes, sus creencias y hasta su neurobiología. Bueno,
tengo del orden de mil libros de ensayos de ese tipo y los voy a ir
compartiendo con ustedes.
- SARITA ¿Por qué atribuís a la ciencia moderna el poder de transformar un país de Tercer Mundo en uno de Primero?
Respuesta:
porque la ciencia es, justamente, lo que parte a la humanidad y a los
países en Primero/Tercero y es la mejor herramienta que ha
desarrollado hasta ahora el ser humano para detectar, entender y
resolver problemas. Te menciono algunos de los logros de la ciencia a
manera de ejemplo: extendió la duración de la vida humana de 20-22
años promedio en la Edad de Piedra y en el Imperio Romano, a 80 años
en la actualidad (en el Primer Mundo). En el siglo 19 la apendicitis
aguda era mortal en el 100% de los casos, hoy es excepcional que
muera alguien de apendicitis, y cuando ocurre indica que hay que
tirarle de las orejas a algún culpable. Hoy podés mirar
repetidamente, desde distintos ángulos y a colores, a una atleta que
juega al tenis del otro lado del mundo. A principio del siglo pasado,
un emigrante libanés no veía a su madre nunca más, hoy hay muchos
que van una vez al año desde la Argentina a visitarla y el resto del
año puede conversan con ella por Skype. En el la edad media una de
cada cinco mujeres moría en un parto. Basta ir a observar un
cuadro de Benito Quinquela Martín, en los que en el puerto de Buenos
Aires los hombres cargaban un barco con cereal llevando bolsa por
bolsa sobre sus hombros y caminando sobre un riesgoso tablón; hoy
una mujer, operando una grúa computada, puede descargar ella sola
un barco en cuatro o cinco horas e ir colocando los contenedores
sobre vagones y armar ella sola un par de trenes. Aquellos hombres
no tenían horario de trabajo, vacaciones, contrato de trabajo,
aguinaldo, seguro de salud, jubilación, nada. Hoy (en el Primer
Mundo y en la Argentina) pudieron acceder por fin a todas esas
ventajas sociales que posibilitaron la ciencia y la tecnología. Hace
cien años ningún argentino había visto ni oído hablar al
presidente, al papa, a un mandatario hindú; hoy lo ve a colores y lo
escucha desde la sala de su casa desde el mismo día que lo ponen en
funciones.
Por
eso, la ciencia moderna es el logro más importante del ser humano a
lo largo de toda su historia. Pero sólo la tienen los países de
Primer Mundo, los del Tercero no. La Argentina por ejemplo, no tiene
ciencia, a pesar de que ha logrado formar investigadores de
excelencia internacional. Y lo que es peor, tampoco tiene una cultura
compatible con ella.
RESUMO.
Me propongo usar mi audición Aló Pirincho en Radio la Tercera para
promover el desarrollo de la ciencia moderna y de una cultura
compatible con ella. Parte del programa consistirá en ir
exponiéndole los grandes componentes de esa cultura y de esa
ciencia, también respondiendo a breves mensajes de la audiencia
cuando los considere serios y propositivos, o con curiosidad de saber
sobre mis ideas y sobre los pasos.
Los
iré matizando con anecdotarios y extractándoles toda una
biblioteca de libros famosos sobre el punto.
También
les recuerdo que pongo en red una serie de libros que he expuesto
sobre estos tópicos, y que les ayudarán a irse integrando a esta
cruzada.
¿Qué
les parece si comenzamos el miércoles próximo diciendo
qué es la ciencia, cuáles fueron los pasos fundamentales hacia su
creación, y luego substanciando todos y cada uno de los tópicos que
les fui mencionando en esta audición? Yo espero la participación de
los inteligentes y optimistas.
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